Entradas

Mostrando entradas de septiembre, 2025

Capítulo 24 El sabor del tiempo perdido

  Capítulo 24 El sabor del tiempo perdido No tengo la costumbre de contar lo que me sucede. No por pudor, sino porque el tiempo en mí no se deja domesticar. Los días no se alinean como cuentas en un hilo: se amontonan como hojas al viento, se confunden como voces en un sueño, se disuelven como tinta en agua. Lo que me duele no tiene fecha, ni causa, ni testigo. Es un eco sin dueño, una vibración persistente que se instala en la médula de los días, como si el pasado se negara a ser archivo y prefiriera seguir latiendo en rincones imprevistos, donde la memoria no llega pero el alma sí tiembla. Por eso, cuando crucé la puerta aquella mañana de 1988, no supe si estaba huyendo o simplemente obedeciendo a una grieta que se había abierto en mi historia. Había dejado atrás el banco, el escritorio pulido, las cifras que nunca hablaban de mí. En el bolsillo, una visa de turista por catorce días: papel delgado, casi burlón, frente a la magnitud de lo que estaba por romperse. No hubo ceremoni...

Capítulo 23: La sombra del huésped

  Capítulo 23: La sombra del huésped La alquimia de lo invisible Una noche, mientras el silencio se deslizaba por los rincones de mi santuario con el sigilo de un río nocturno, decidí mirar de frente aquello que siempre me acompaña sin nombre. No era miedo ni curiosidad: era un deseo ancestral de comprender lo que me habita cuando nadie más me observa, cuando las máscaras descansan y solo queda la verdad desnuda del alma —desnuda y pura como la primera luz que rompe el velo de la aurora. Me senté en el sillón junto a la ventana —ese lugar sagrado donde tantas revelaciones han germinado como flores silvestres en tierra estéril—, donde la luz de la calle apenas rozaba los bordes de mis pensamientos como dedos de fantasma. Y allí estaba él: Sombra . No como un gato doméstico, sino como eco perpetuo de mi propia esencia. Su figura se delineaba entre la penumbra, ojos como brasas quietas que custodian secretos milenarios, cuerpo hecho de terciopelo y misterio, tejido con la sustancia...

Capítulo 22 Donde el alma se inclina sin romperse

  Capítulo 22 Donde el alma se inclina sin romperse «Solo cuando acepté que no todos los días llegarían con respuestas, aprendí que algunas mañanas el coraje consiste simplemente en abrir los ojos.» El peso de las amanecidas silenciosas Hay mañanas —esas que llegan sin aviso como aves migratorias a territorio desconocido— en que el cuerpo se levanta, pero el alma permanece en penumbra, como una flor que duda si abrirse al rocío o si guardar sus secretos por un día más. No hay estruendo en ese gesto, no hay drama que merezca aplausos; solo el roce leve de una voluntad que, aunque cansada como agua de río después de la tormenta, decide seguir su curso. Es entonces cuando la vida revela su rostro más íntimo: no en los grandes logros que fotografían los periódicos, sino en el susurro silencioso de quien, sin certezas que lo sostengan, se pone de pie. Porque existe un coraje que no grita en las plazas, que no conquista territorios, que no se exhibe en vitrinas. Es el coraje de qu...

Capítulo 21 El encierro de los relojes

Capítulo 21 El encierro de los relojes «El silencio más denso no es el de la noche, sino el de una ciudad que se detiene.» Hay mañanas en que el cuerpo se levanta, pero el alma permanece en penumbra, como una flor que duda si abrirse. No hay estruendo en ese gesto: solo el roce leve de una voluntad cansada que, aun temblando, decide seguir. Comprendí entonces que la vida revela su rostro más íntimo no en los grandes logros, sino en el susurro de quien, sin certezas, se pone de pie. Existe un coraje secreto que no grita, que no conquista, que no se exhibe. Es el coraje de quien respira, de quien avanza sin mapa, de quien abraza el día aunque el corazón aún esté en sombras. Valiente no es el que vence, sino el que resiste. El que, al alba, se alza con el cuerpo fatigado y el alma envuelta en niebla. El que, como un río que no pregunta por su destino, sigue avanzando aunque ignore su desembocadura. Porque hay mañanas en que el corazón quisiera rendirse, y sin embargo tú —como el árbol que...

Capítulo 20 La morada que me devolvió a mí mismo

  Capítulo 20 Donde la luz se volvió compañía «Hay momentos en la vida que no llegan con mucho ruido, sino con una claridad que se posa suave, como el primer rayo que atraviesa sin permiso el velo diáfano de la mañana. No traen promesas ni despedidas, solo una llave nueva, una ventana distinta, y el murmullo de un espacio que empieza a aprender tu nombre con la paciencia de un hogar.» Esta morada recién descubierta no fue ni conquista ni huida, sino una pausa sagrada . Un umbral donde la jubilación no significó retiro, sino un regreso al núcleo de lo esencial. Aquí, la luz volvió—no solo para encender destellos, sino para acariciar las paredes con la delicadeza de un viejo suspiro, como si reconociera en ellas el eco tranquilo de silencios olvidados, ansiosos por ser habitados. Como si supiera que este refugio estaba destinado a quien ya no corre, sino que se detiene a observar; a quien no busca llenar el tiempo, sino escuchar su latido cadencioso, lento y reverente como el de u...