Capítulo 24 El sabor del tiempo perdido
Capítulo 24 El sabor del tiempo perdido No tengo la costumbre de contar lo que me sucede. No por pudor, sino porque el tiempo en mí no se deja domesticar. Los días no se alinean como cuentas en un hilo: se amontonan como hojas al viento, se confunden como voces en un sueño, se disuelven como tinta en agua. Lo que me duele no tiene fecha, ni causa, ni testigo. Es un eco sin dueño, una vibración persistente que se instala en la médula de los días, como si el pasado se negara a ser archivo y prefiriera seguir latiendo en rincones imprevistos, donde la memoria no llega pero el alma sí tiembla. Por eso, cuando crucé la puerta aquella mañana de 1988, no supe si estaba huyendo o simplemente obedeciendo a una grieta que se había abierto en mi historia. Había dejado atrás el banco, el escritorio pulido, las cifras que nunca hablaban de mí. En el bolsillo, una visa de turista por catorce días: papel delgado, casi burlón, frente a la magnitud de lo que estaba por romperse. No hubo ceremoni...