27** Inquilinos del silencio
Capítulo 27 Inquilinos del silencio No envejecemos de golpe, sino por pequeñas dosis de olvido: gestos que ya no recordamos haber hecho, nombres que se nos escapan como hojas secas, objetos que pierden su lugar en la casa y en la memoria. Así, sin aspavientos, la vida nos convierte en rumor de pasillo, en murmullo que antes fue voz, en sombra que antes fue presencia. Entonces comprendemos que envejecer no es una caída ni una fecha en el calendario, sino una evaporación lenta — una retirada silenciosa hacia la bruma. Y lo que queda, lo que de veras queda, no es el cuerpo ni la fuerza ni siquiera la memoria intacta, sino esa vibración tenue que todavía recorre el corredor cuando todo parece callado. La soledad que habita los pasillos de De Rigaud 400 no camina: flota. Se desliza como bruma tibia entre puertas cerradas, se posa en zócalos, se cuela por rendijas del recuerdo. En este edificio donde las estaciones asoman primero por las ventanas y luego por los huesos, vivimos uno...