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27** Inquilinos del silencio

  Capítulo 27 Inquilinos del silencio No envejecemos de golpe, sino por pequeñas dosis de olvido: gestos que ya no recordamos haber hecho, nombres que se nos escapan como hojas secas, objetos que pierden su lugar en la casa y en la memoria. Así, sin aspavientos, la vida nos convierte en rumor de pasillo, en murmullo que antes fue voz, en sombra que antes fue presencia. Entonces comprendemos que envejecer no es una caída ni una fecha en el calendario, sino una evaporación lenta — una retirada silenciosa hacia la bruma. Y lo que queda, lo que de veras queda, no es el cuerpo ni la fuerza ni siquiera la memoria intacta, sino esa vibración tenue que todavía recorre el corredor cuando todo parece callado. La soledad que habita los pasillos de De Rigaud 400 no camina: flota. Se desliza como bruma tibia entre puertas cerradas, se posa en zócalos, se cuela por rendijas del recuerdo. En este edificio donde las estaciones asoman primero por las ventanas y luego por los huesos, vivimos uno...

26 * Luz en las sombras

  Capítulo 26 Luz en las sombras Dicen que todos, sin excepción, albergamos demonios en los pliegues más recónditos del alma — criaturas que respiran sin pulmones, que viven sin sangre, alimentándose de silencios prolongados como quien sorbe el rocío de madrugadas interminables. No siempre se manifiestan. Rara vez les damos nombre. Pero permanecen: agazapados entre las pausas de las conversaciones, disfrazados de orgullo herido, anidando en cicatrices que aprendieron a respirar bajo la piel, como si el dolor fuera su único oxígeno. Durante años los dejamos crecer en penumbra —convencidos de que ignorarlos equivale a desarmarlos—, mientras ellos se nutren del mutismo, engordan con el miedo, multiplican sus susurros cuando intentamos esquivarlos. No gritan, pero sus murmullos se filtran en los sueños como agua entre las grietas del muro. No golpean, pero su peso se instala sobre los hombros cada amanecer, transformando el simple acto de levantarse en una pequeña épica cotidiana. ...

24 El sabor del tiempo perdido

  Capítulo 24 El sabor del tiempo perdido No tengo la costumbre de contar lo que me sucede —no por pudor, sino porque el tiempo en mí se niega a ser domesticado—. Los días no se alinean como cuentas en un rosario: se amontonan como hojas al viento, se confunden como voces en un sueño, se disuelven como tinta en agua. Lo que me duele no tiene fecha ni causa ni testigo. Es un eco sin dueño, una vibración persistente que se instala en la médula de los días, como si el pasado se negara a ser archivo y prefiriera seguir latiendo en rincones imprevistos, donde la memoria no alcanza pero el alma sí tiembla. Por eso, cuando crucé la puerta aquella mañana del 26 julio de 1986, no supe si estaba huyendo o simplemente obedeciendo a una grieta que se había abierto en mi historia. Había dejado atrás el banco, el escritorio pulido, las cifras que nunca hablaban de mí. En el bolsillo llevaba una visa de turista por catorce días: papel delgado, casi burlón, frente a la magnitud de lo que estaba...

22 El Túnel del Tiempo: Donde la memoria sueña

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  Capitulo 22 El Túnel del Tiempo Donde la memoria sueña: Una historia que tal vez ocurrió, o tal vez no, pero que es verdadera de todos modos... Antes de que empiecen ustedes —con esa seriedad de quien supone que el universo fue creado exclusivamente para darle trabajo a los científicos— a desenfundar fórmulas, ecuaciones o a sacarle radiografías al misterio, conviene que lo aclaremos: lo que voy a relatar pertenece a ese club de sucesos que son tan insolentes que se aparecen cuando nadie los ha invitado y se esfuman en cuanto uno intenta explicarles su modo de entrada. Es un poco como con las mariposas. No falla: en cuanto se empeñan en cazarlas, se comportan como suegras ofendidas, que huyen al menor intento de cordialidad; pero si uno se queda quieto, respirando con la filosofía del que ya ha perdido el tren y solo espera el siguiente, entonces ellas se le posan en la nariz… y ahí lo tienen a usted, convertido en un daguerrotipo viviente de la paciencia y la ridiculez humana...