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23- La sombra del huésped

   Capítulo 23: La sombra del huésped La alquimia de lo invisible Una noche, mientras el silencio se deslizaba por los rincones de mi santuario con el sigilo de un río nocturno, decidí mirar de frente aquello que siempre me acompaña sin nombre. No era miedo ni curiosidad: era un deseo ancestral de comprender lo que me habita cuando nadie más me observa, cuando las máscaras descansan y solo queda la verdad desnuda del alma —desnuda y pura como la primera luz que rompe el velo de la aurora. Me senté en el sillón junto a la ventana —ese lugar sagrado donde tantas revelaciones han germinado como flores silvestres en tierra estéril—, donde la luz de la calle apenas rozaba los bordes de mis pensamientos como dedos de fantasma. Y allí estaba él:  Sombra . No como un gato doméstico, sino como eco perpetuo de mi propia esencia. Su figura se delineaba entre la penumbra, ojos como brasas quietas que custodian secretos milenarios, cuerpo hecho de terciopelo y misterio, tejido con la ...

Capítulo 21 El encierro de los relojes

Capítulo 21 El encierro de los relojes «El silencio más denso no es el de la noche, sino el de una ciudad detenida. Cuando el bullicio cesa, lo que queda es la memoria latiendo en las paredes. Es ahí donde el alma escucha lo que el ruido siempre ocultó.» El peso del alba Hay mañanas en que el cuerpo se levanta por costumbre, pero el alma permanece en penumbra, como una flor que duda si abrirse al rocío incierto. No hay alboroto en ese gesto —solo el roce leve de una voluntad cansada que, aun titubeante, elige avanzar—. El mundo gira con su obstinación de siempre, los relojes persisten en su sinfonía mecánica, pero dentro de uno todo parece detenido, suspendido en una bruma que no se disipa con la primera luz. En esos instantes, el silencio pesa más que el cansancio. Se instala en los huesos, en la mirada esquiva, en el gesto mínimo de preparar café sin saber si se desea beberlo. Y sin embargo, algo —una memoria obstinada, una promesa susurrada al aire, una ternura que se niega a ...

Capítulo 20 La morada que me devolvió a mí mismo

  Capítulo 20 Donde la luz se volvió compañía «Hay momentos en la vida que no llegan con mucho ruido, sino con una claridad que se posa suave, como el primer rayo que atraviesa sin permiso el velo diáfano de la mañana. No traen promesas ni despedidas, solo una llave nueva, una ventana distinta, y el murmullo de un espacio que empieza a aprender tu nombre con la paciencia de un hogar.» Esta morada recién descubierta no fue ni conquista ni huida, sino una pausa sagrada . Un umbral donde la jubilación no significó retiro, sino un regreso al núcleo de lo esencial. Aquí, la luz volvió—no solo para encender destellos, sino para acariciar las paredes con la delicadeza de un viejo suspiro, como si reconociera en ellas el eco tranquilo de silencios olvidados, ansiosos por ser habitados. Como si supiera que este refugio estaba destinado a quien ya no corre, sino que se detiene a observar; a quien no busca llenar el tiempo, sino escuchar su latido cadencioso, lento y reverente como el de u...

Capítulo 19 El territorio de los amores imposibles

Capítulo 19 El territorio de los amores imposibles Con el tiempo entendí que los amores que no pudieron ser —esos recuerdos que se desvanecen como hojas arrastradas por la corriente, esos dolores que permanecen mudos en la garganta— también nos moldean con manos invisibles. Cada uno ocupa su sitio con la misma dignidad de lo vivido, aunque parezcan mínimos o pasajeros, como destellos fugaces en la penumbra que el olvido nunca consigue disipar por completo. Lo efímero —esa emoción que destella y se apaga, la mirada que no volvió jamás, la palabra que quedó suspendida en el aire como una nota musical trunca— puede volverse eterno cuando encuentra resguardo en el corazón. No es la duración lo que otorga valor a las cosas, sino la huella del cambio que dejan en nosotros. A veces, lo que más duele es precisamente lo que sostiene, lo que enseña a inhalar luz entre los escombros y a encontrar belleza en las cenizas. Me hablan de amores platónicos como espejismos que danzan en el desierto...