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29 Inquilinos del silencio

  Capítulo 29 "Inquilinos del silencio:  Las vidas que nadie reclama" La soledad que habita los pasillos no camina: flota. Se desliza como una bruma tibia entre las puertas cerradas, se posa en los zócalos, se cuela por las rendijas del recuerdo. En este edificio de la calle De Rigaud 400, donde las estaciones se asoman primero por las ventanas y luego por los huesos de quienes lo habitamos, vivimos unos trescientos retirados. Aunque decir "vivimos" es apenas una forma amable de nombrar lo que hacemos: resistimos, evocamos, esperamos sin urgencia. Hay edificios donde la vejez no se limita a existir: edifica sus propios templos de silencio. Y en ellos guarda, como reliquias, las últimas voces de quienes se fueron. Este es uno de esos lugares. Aquí, el tiempo no se mide en relojes, sino en suspiros; en la frecuencia con que alguien pronuncia el nombre de un hijo que ya no llama; en la cadencia de pasos que se repiten sin destino. Algunos vecinos sobrepasan los n...

28 El arte de mentir con ternura

  Capítulo 28 El arte de mentir con ternura Mauricio me pregunta si todo esto pasó realmente. Si cada página que escribo es memoria fiel o ficción disfrazada. Le digo que sí, que no, que tal vez. La literatura, hijo mío, es mentir bien la verdad: poner flores sobre la tumba para que el olvido no trabaje solo, encender velas en catedrales vacías confiando en que alguien entienda el mensaje de la luz. No soy escritor. Nunca lo fui. Soy apenas jardinero de palabras que brotan torcidas, pintor de silencios que desbordan márgenes. Lo que escribo no es verdad ni mentira: es la forma en que mi memoria se viste con ropajes ajenos que, sin embargo, le quedan como hechos a medida. Cada frase que deposito sobre el papel intenta cubrir la realidad —tímida como niña tras la cortina— con metáforas prestadas: un gato que habla en los umbrales, una madre que regresa por el pasillo que ya no existe pero que el corazón se empeña en mantener encendido. Pinto con palabras aquello que la voz no a...

27 La historia que habita en nosotros

Capítulo 27 Los Pasillos Invisibles del Alma La historia que habita en nosotros Cada persona guarda una historia secreta. No siempre se cuenta, no siempre se deja ver, pero permanece ahí, silenciosa y firme, como la raíz que sostiene al árbol aunque nadie la contemple. Detrás de cada gesto, de cada silencio, hay una razón que no siempre fue elección. A veces es herida, a veces es memoria, a veces es simplemente la manera en que el mundo les enseñó a sobrevivir. No es únicamente cuestión de querer. Hay un pasado que moldea —una ausencia, una promesa rota, una infancia que se quedó a medio camino— y que aún susurra bajo la piel. El tiempo pasa, las estaciones se suceden y el otoño ofrece su promesa de renovación, pero ciertas huellas persisten. No por obstinación, sino por necesidad vital. A veces resulta imposible cambiarlos. No porque falte voluntad, sino porque cambiar significa desarmarse, y no todos están preparados para dejar caer la armadura que los ha protegido. Sin embargo, quie...

26 Luz en las sombras

  Capítulo 26: Luz en las sombras  La danza de los demonios He aprendido que todos llevamos demonios en los rincones más oscuros del alma. No siempre se muestran, no siempre se nombran, pero están ahí: agazapados en silencios, disfrazados de orgullo, escondidos en heridas que nunca se cerraron del todo. Durante años los dejé crecer en la penumbra, creyendo que ignorarlos era suficiente. Pero no lo era. Los demonios se alimentan del silencio, se fortalecen con el miedo, se vuelven más ruidosos cuando se les esquiva. Un día, sin saber por qué, decidí mirarlos de frente. No con rabia, sino con compasión. Les di nombre, les di espacio, les di voz. Y algo cambió: al sacarlos a plena luz, se achicaron, se debilitaron, se callaron. Ya no eran gigantes que me perseguían, sino fragmentos de mí que pedían ser comprendidos. Desde entonces, cada vez que algo me inquieta o me pesa, lo nombro, lo escribo, lo convierto en pincelada. Porque sé que existe una paz que no se proclama desde l...

24 El sabor del tiempo perdido

  Capítulo 24 El sabor del tiempo perdido No tengo la costumbre de contar lo que me sucede —no por pudor, sino porque el tiempo en mí se niega a ser domesticado—. Los días no se alinean como cuentas en un rosario: se amontonan como hojas al viento, se confunden como voces en un sueño, se disuelven como tinta en agua. Lo que me duele no tiene fecha ni causa ni testigo. Es un eco sin dueño, una vibración persistente que se instala en la médula de los días, como si el pasado se negara a ser archivo y prefiriera seguir latiendo en rincones imprevistos, donde la memoria no alcanza pero el alma sí tiembla. Por eso, cuando crucé la puerta aquella mañana del 26 julio de 1986, no supe si estaba huyendo o simplemente obedeciendo a una grieta que se había abierto en mi historia. Había dejado atrás el banco, el escritorio pulido, las cifras que nunca hablaban de mí. En el bolsillo llevaba una visa de turista por catorce días: papel delgado, casi burlón, frente a la magnitud de lo que estaba...